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Nuestra Salud Mental / LA SALUD MENTAL DE LOS NIÑOS

Dr. Víctor Albores García

ASOCIACION DE PSIQUIATRIA Y SALUD MENTAL DE LA LAGUNA, A. C.

CAPITULO INTERESTATAL COAHUILA-DURANGO DE LA

ASOCIACION PSIQUIÁTRICA MEXICANA.

(DÉCIMA PARTE)

Desde tiempos inmemoriales, desde las bases de la medicina griega antigua en las lejanas y heroicas épocas de Hipócrates, el concepto del temperamento ha ocupado un lugar muy especial en la comprensión de los seres humanos. Es así como a través de los siglos, y recorriendo las diferentes etapas del devenir médico en la historia de la humanidad, el temperamento ha sido clasificado de muy diversos estilos, en esa búsqueda de un entendimiento más completo sobre la conducta de los individuos. En nuestra época, una de las últimas clasificaciones que ha llegado hasta nosotros, y que en cierta forma se sigue tomando en cuenta para valorar y comprender mejor el comportamiento de los recién nacidos y los niños en general, es la desarrollada a partir de los años cuarentas y cincuentas del siglo pasado por los Dres. Stella Chess y Alexander Thomas, psiquiatras infantiles de la ciudad de Nueva York. Dicha clasificación fue producto de un prolongado estudio longitudinal, denominado precisamente ?El Estudio Longitudinal de Nueva York? iniciado en 1956, que consistió en seguir desde los primeros 18 meses de vida a 138 niños pertenecientes a 85 familias de dicha ciudad, a lo largo de un período de 20 a 30 años, lo que representa una labor titánica. Para estos investigadores, el temperamento ha sido definido como ?una serie de rasgos que parecen enlazar las características genéticas y neurofisiológicas de un individuo, con sus patrones relevante de las conductas sociales?. Uno de los objetivos principales de tal estudio, fue el de intentar correlacionar determinados estilos de temperamento con los patrones normales o patológicos que surgen en el desarrollo humano.

En sus investigaciones, ellos tomaron en cuenta las siguientes nueve categorías de funcionamiento en cada individuo, categorías que siguieron siendo valoradas a lo largo de todos esos años, en las entrevistas que se les hacía a cada uno de estos sujetos, así como en los reportes proporcionados por los padres. En la primera categoría se medía el nivel de actividad motora, según la proporción que presentaba durante los diferentes períodos de actividad o inactividad. La segunda categoría estaba enfocada a los diversos estilos de ritmo de cada sujeto, analizados en relación a sus ciclos de sueño, de apetito, de patrones de alimentación o de eliminación. Para ello, inclusive se tomaba en cuenta que tan predecible o no podían ser dichos ciclos. La tercera característica observada era la respuesta inicial que presentaba cada sujeto conforme se le confrontaba con un nuevo estímulo, fuera un nuevo alimento, un juguete diferente o una persona extraña. Los dos tipos de respuesta podían ser: por un lado las llamadas positivas o de acercamiento, que consistían en ciertas expresiones anímicas del tipo de las sonrisas, las verbalizaciones, etc., o asimismo las de tipo motor, como el probar y tragar un alimento desconocido, el alcanzar un juguete nuevo o el poder relacionarse fácilmente con una persona extraña. Las reacciones de rechazo eran consideradas como negativas, ya se tratara de llanto, irritación, gestos, o verbalizaciones en lo referente al aspecto anímico, o las reacciones de huida, de escupir o vomitar el alimento nuevo, o de rechazar y aventar el juguete desconocido, en lo referente a sus respuestas motoras. La cuarta categoría estudiaba la capacidad de adaptación de cada bebé ante la presencia de situaciones nuevas o de aquéllas que alteraban su rutina. En el área número cinco se investigó el umbral de la respuesta de cada individuo al presentarle un estímulo cualquiera y la intensidad que se requería para hacerlo reaccionar, sin importar tanto el tipo de respuesta. Los estímulos podían ser de tipo sensorial, o de objetos y personas del ambiente. Para el sexto lugar se tomó en cuenta el nivel de intensidad de la energía de sus respuestas, sin tomar en cuenta la cualidad o la dirección de las mismas. Para la séptima categoría se observó la tendencia que seguían los estados de ánimo de cada bebé, ya fuera en cuanto a las actitudes placenteras, juguetonas, amigables y alegres, en contraste con las de enojo, irritabilidad, llanto, o displacer. La octava área que se midió tenía que ver con la facilidad que presentaba cada uno para distraerse, ante la presencia de cualquier tipo de estímulo que interfiriera o alterar la dirección de sus objetivos. Finalmente, la última categoría que Chess y Thomas investigaron, estaba dirigida a la capacidad de cada bebé para mantener su atención en una determinada actividad, así como su capacidad de persistencia, es decir la capacidad para proseguir con dicha actividad aún a pesar de los obstáculos que pudiera encontrar en ella.

Al revisar detalladamente esta clasificación y las diferentes áreas investigadas, y reflexionar consecuentemente al respecto, se puede llegar a la conclusión de que no necesariamente representan características exclusivas de un bebé, un niño o una niña, sino que igualmente lo mismo se pueden aplicar a los rasgos que observamos en tantos adolescentes, o inclusive en nosotros mismos como adultos, sin importar en la etapa de la vida en que nos encontremos. Eso quiere decir que los rasgos de temperamento forman una parte importante de nuestra dotación biológica y genética, y que por lo mismo, están destinados a permanecer con nosotros a lo largo de nuestra existencia, independientemente de qué tan cómodos o no nos sintamos con ellos, o qué tanto los aceptemos o los rechacemos.

Desde el punto de vista de la salud mental, el ser capaces de detectar tales características del temperamento de un bebé o de un niño o una niña en sus primeros años, nos puede servir como una señal que nos oriente respecto a los diferentes caminos que algunos de ellos podrían tomar en su futuro, o inclusive el tipo de riesgos que podría representar para el desarrollo de cierto tipo de trastornos, especialmente bajo cierto tipo de circunstancias y factores ambientales. Uno de los ejemplos más claros de ello, es el del bebé que presenta trastorno por déficit de la atención con hiperactividad desde sus primeros días de nacido, en quien se manifiestan con bastante claridad ciertos rasgos específicos de temperamento, que se intensifican conforme pasan los años, tales como su alto nivel de actividad, así como la intensidad de su energía, y de sus reacciones emocionales; lo irregular que tienden a ser sus ritmos, la variación en sus estados de ánimo, y las claras dificultades que presenta en su capacidad para mantener su atención y su concentración, con una gran tendencia a la distractibilidad. Así sucesivamente, podemos encontrar el como ciertos rasgos de temperamento nos pueden orientar en ciertas direcciones en los niños y niñas, respecto a la presencia de estados depresivos o ansiosos, cuando se presentan determinados estímulos y circunstancias ambientales que así lo facilitan. Definitivamente, se trata de señales que debemos tomar en cuenta y monitorear conforme pasan los años (Continuará).

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